De la idea a la mesa: cómo empecé mi huerta
- Allison Benson
- 23 ago 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 1 nov 2018
Los habitantes de las selvas urbanas como Bogotá estamos desconectados de la tierra. No sabemos cómo es la mata del tomate, en qué clima se da la zanahoria o cuánto tarda una cebolla en crecer. No sabemos tampoco cómo llegan los alimentos desde la parcela de un campesino hasta Surtifruver. Creemos que la tierra es suciedad. La verdad es que, si supiéramos estas cosas, nuestra relación con la comida sería diferente: más consciente, más gratificante y más saludable. La buena noticia es que re-conectarnos con la tierra no es tan difícil, ¡producir nuestros propios alimentos no es tan difícil!
Hace nueve meses, impulsada por una amiga que me comentó sobre su experiencia, decidí empezar mi huerta. La primera pregunta, ¿dónde? Conozco gente que siembra en huertas comunitarias, otros que tienen su huerta en el patio de su casa, en el balcón de su apartamento, o incluso en su sala, con cultivos hidropónicos en materas de todos los tamaños como las de Paqua. Cualquiera de estas alternativas sería buena. Yo decidí hacerla en un terreno de mi familia en las afueras de Bogotá.
La siguiente pregunta, ¿qué sembrar? La respuesta fue sencilla: ¡de todo! Fui al Centro de Bio Sistemas de la Universidad Tadeo Lozano, donde venden plántulas (o mini plantas, semillas ya germinadas) de decenas de productos: todo tipo de aromáticas, lechugas, hortalizas y frutas. Compré 35 variedades diferentes; y pagué menos de $30.000. Comprar diferentes matas es deseable, no solo para comer variado, sino porque la diversificación reduce la vulnerabilidad a un insecto o enfermedad particular.
Luego sí viene el trabajo: sembrar las plántulas. Lo primero que se debe hacer es preparar la tierra, usando un azadón para moverla, formar los surcos y luego quitar las raíces del pasto.

Luego se debe decidir qué variedades sembrar al lado de otras, un aspecto importante en las huertas agroecológicas, que buscan aprovechar las propiedades de las matas para que la huerta sea saludable y requiera menos trabajo y menos insumos. Por ejemplo, se deben sembrar las plantas aromáticas en los bordes de la huerta, pues su aroma espanta a los insectos.
Luego de unas horas de trabajo, la huerta se veía así:

La huerta debe rosearse todos los días, y se debe deshierbar (es decir, arrancar las hierbas que crecen y que le roban nutrientes a la tierra) alrededor de una vez por semana. Cada tres semanas se le debe echar abono orgánico y biocontrol de plagas, insumos que deben ser preferiblemente orgánicos (es decir, sin químicos). Estos se consiguen en tiendas de bioinsumos, (hay una en la Caracas con 74). Siguiendo estas recomendaciones, la huerta creció sin contratiempos, y en un par de meses se transformó:
La experiencia de comer un alimento que sembraste, viste crecer y cosechaste, es espectacular. Ahora como diariamente productos que sé no tienen una gota de químicos, son totalmente frescos y deliciosos. Y la huerta produce tanto, que alcanza para compartir con familia y amigos. Todo esto con una inversión muy baja (en plata, tiempo y trabajo). Me reconecté con la tierra, y no me pienso volver a desconectar. Los invito a que se lancen.
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